Durante el último tiempo, el país en general y quienes se vinculan directamente con el sector silvoagropecuario en particular, han asistido a un encendido debate en relación a la situación que afecta a este sector productivo.

Las opiniones adquieren distintos matices según sea la fuente de donde provienen; sin embargo, matices más, matices menos, todas coinciden en que nuestra agricultura está atravesando un momento crucial que, dependiendo de su resolución, marcará el paisaje rural de nuestro país en el próximo siglo.

En efecto, la agricultura chilena, como la del resto del mundo, está experimentando cambios significativos producto de un conjunto de transformaciones que dicen relación con procesos de globalización económica, de orden tecnológico y hábitos de consumo; todos estos en función de nuevos patrones demográficos y de ingresos que predominan en los países desarrollados. Así por ejemplo se pueden mencionar, en términos geopolíticos y económicos, aspectos como la nueva situación del este de Europa, la constitución de bloques comerciales, la creciente inserción de Asia en el comercio, las variaciones cíclicas de las economías industriales, el crecimiento del comercio por sobre el de la producción y la búsqueda de presencia en los mercados internacionales por parte de los países en desarrollo.

Por su parte, el progreso científicotecnológico está determinando, producto de su acelerado avance, un gran desarrollo en lo relacionado a la gestión de los recursos productivos, a las relaciones internacionales de comercio, a las técnicas de transformación de los productos y a la comercialización de éstos. En relación a los hábitos de consumo, es necesario mencionar los cambios que está sufriendo la demanda mundial de alimentos en función de factores como la mayor esperanza de vida y la importancia de la salud, provocando una estructura de oferta también distinta.

Son estas transformaciones las que están condicionando la situación presente de nuestra agricultura. Han cambiado las rentabilidades de las distintas opciones productivas y, producto de lo anterior, se transforman los patrones de uso del suelo, orientándose hacia una especialización creciente en función de las ventajas comparativas de los diversos sistemas agroecológicos.

Para reforzar lo anterior nos basta recordar lo que era nuestro sector hace una o dos décadas atrás en términos de patrones productivos regionales. Las cifras existen y dan cuenta de este proceso, como también existen hoy cifras que determinan la creciente preocupación de todos los actores por nuestra agricultura.

Es efectivo que el desempeño macroeconómico de nuestra agricultura en los últimos años ha sido bajo, como también lo ha sido el de la agricultura de otros países (EE.UU., Argentina, Brasil, México por citar algunos) producto del ajuste a los nuevos escenarios mundiales (Cuadro 1).

Cuadro 1: Tasas de crecimiento sectorial y nacional 1993

  sectorial nacional

Chile

1,0%

6,0%

EE. UU.

-3,7%

3,5%

Argentina

1,2%

6,0%

Brasil

2,7%

4,5%

México

-0,6%

1,9%

Ahora bien, ¿cómo se logra explicar este bajo dinamismo de nuestra agricultura? Los factores incidentes son variados, pudiendo ser externos e internos. Entre los primeros se consideran tanto la evolución que han experimentado en los últimos años los precios en los mercados externos, como la aplicación de políticas restrictivas de acceso a mercados por parte de países con los cuales Chile mantiene un comercio más activo. En el ámbito interno es necesario mencionar el deterioro en términos reales del tipo de cambio, que ha importado negativamente en los precios agrícolas, así como el aumento de los costos, especialmente salarios, todo esto afectando la rentabilidad de buena parte de los principales rubros productivos.

Si bien estos elementos determinan la compleja situación por la que atraviesa el sector, existen otros que dan cuenta que, además de compleja, la situación es heterogénea. En otras palabras, hay indicadores de varios subsectores productivos que permiten estar optimistas en relación al futuro de nuestro sector.

Algunos ejemplos: la tasa de crecimiento de las exportaciones sectoriales es el doble de lo experimentada por el resto de la economía, excluido el sector (11,7 v/s 5,1%). Los vinos finos por ejemplo hoy representan un 20% de la producción nacional, siendo que por años su participación no superó el 2%. Los sectores cráneo y lácteo crecerán durante este año a tasas del 8% y en relación a este último, se visualizan grandes expectativas al abrirse para Chile dos de los mercados más importantes en términos de importación como son Japón y México. El subsector forestal continuará consolidando su proceso de desarrollo. Incluso en los cultivos básicos, uno de los rubros más afectado por este proceso de ajuste, se espera un incremento de 6% de la superficie cultivada para la presente temporada.

Ahora bien, ¿qué desafíos deberá asumir nuestra agricultura con el objeto de lograr una inserción competitiva en los distintos mercados?

Sin duda que el primer desafío corresponde a uno de los principales problemas a superar y es el de la competitividad y rentabilidad sectorial.

Si bien la competitividad está asociada a un conjunto de factores, nadie duda su relación directa con los márgenes de rentabilidad y como ya se mencionó, en general se aprecian rentabilidades decrecientes.

A pesar de algunos signos alentadores como pudiera ser la recuperación internacional de los precios de varios de nuestros principales productos (trigo, arroz, oleaginosas, frejoles, leche y celulosa), es necesario mencionar el cambio producido entre un mercado demandante como fue durante la década pasada a uno oferente como es el que nos corresponde vivir. En efecto, nuevos competidores de nuestros productos han irrumpido con mucha fuerza, como India (uva de mesa), Australia (uvas y vinos), Nueva Zelandia (frutas), Brasil y Argentina (frutas), Colombia (flores), Perú (espárragos), Centroamérica (hortalizas). A ello se adiciona la puesta en práctica de métodos más eficientes de conservación y la persistencia de medidas proteccionistas, principalmente en la Unión Europea, que han afectado el nivel de precios.

En relación a los costos internos de producción, es necesario distinguir entre aquellos cultivos con altos requerimientos de mano de obra (hortalizas y frutales) y los de requerimiento menor (cereales, leguminosas y oleoginosas). Los primeros muestran costos crecientes, derivados del aumento del valor de la mano de obra, la que se ha reajustado a tasas superiores a las del IPC y muy por sobre la variación de la divisa.

En el caso de los segundos productos, el aumento del valor de la mano de obra se ha visto compensado por una disminución en el precio de los insumos, que tiene un alto componente importado; sin embargo, los márgenes brutos de dichos cultivos han disminuído en forma significativa, como consecuencia de la baja en el precio de los productos debido a menores precios internacionales y a la pérdida de valor de la divisa.

Cultivo de lechugas con riego mecanizado. IV Región

Frente a esta situación, igual existen productores que logran buenos niveles de rentabilidad, sobre la base de incrementos sostenidos de la productividad, reducción de costos y mayor eficiencia en la asignación, modernización de la gestión empresarial, mayor productividad de la mano de obra producto de procesos de capacitación, búsqueda de nuevas opciones productivas y tecnologías asociadas a nuevos mercados.

Otro factor clave de competitividad en las actuales condiciones de los mercados internacionales es la calidad de los productos. Esto permitirá acceder y profundizar mercados para nuestros productos, diferenciando a nuestra agricultura del resto.

El segundo desafío se refiere al ajuste y transformación productiva, proceso ya iniciado y que se refleja en el cambio de uso del suelo. En efecto, durante los últimos siete años la superficie de cultivos anuales ha bajado en un 27,5% (de 1.075.000 hás. a 780.000 hás.), aumentando las superficies de frutales, viñas de cepaje de exportación, hortalizas y flores, empastadas artificiales, praderas mejoradas y plantaciones forestales.

Sin perjuicio de lo anterior parece claro que este proceso aún requiere de ajustes, incluso dentro de aquellos rubros considerados más dinámicos (agricultura de exportación). De esta forma la ampliación de los horizontes productivos del sector, la diversificación de sus opciones de producción y de mercado, la sustitución hacia actividades rentables, son entre otros los desafíos de este componente.

En tercer término se debe mencionar la inserción económica de pequeños y medianos productores. Se estima en 240.000 el número de pequeñas unidades de producción, que involucran un tercio del suelo de uso agropecuario, tanto de riego como de secano.

Para estas explotaciones, caracterizadas por usar fuerza de trabajo familiar, escasa disponibilidad de capital, bajos niveles de tecnología y una inserción deficiente en los mercados, los desafíos a asumir son un mejoramiento tecnológico de sus explotaciones, fluido acceso a transferencia técnica y financiamiento adecuado, la conformación de organizaciones con énfasis en la comercialización conjunta y en la gestión empresarial, con el fin de aprovechar economías de escala y reducir los costos de las diferentes transacciones.

En relación a los medianos productores, sé requiere mejorar el acceso a líneas de crédito operacional, apoyar el manejo de la deuda con la banca comercial y desarrollar líneas de transferencia tecnológica.

Por último, nuestra agricultura deberá asumir el desafío de frenar el deterioro de los recursos naturales. En nuestro país existen 24 millones de hectáreas afectadas, en diversos grados, por procesos de erosión (un 30% de la superficie nacional).

Chile no puede continuar degradando uno de sus principales recursos productivos, como lo es el suelo. Esto sin considerar el nivel crítico que está alcanzando la contaminación de aguas dulces, sobre todo en el sur de nuestro país.

La corrección de estos problemas está íntimamente vinculada a la sustentabilidad de largo plazo de nuestros sistemas productivos. A esto hay que considerar la creciente importancia en el comercio internacional que está teniendo el componente de impacto ambiental de los procesos productivos, condicionando el acceso y mantención en los mercados a un adecuado tratamiento de los recursos naturales.

Frente a esta situación y ante la necesidad de preservar el rol que la agricultura chilena ha jugado y juega no sólo en términos económicos, sino también sociales y culturales, así como de integración física del territorio, se requiere aunar voluntades detrás de una estrategia de desarrollo nacional para el sector, que sea consensuada entre todos los actores relacionados con el tema.